jueves, 5 de agosto de 2021

La araña negra.

Voy a explicarles una historia incómoda.  No le había dado demasiada importancia hasta que mis hijos han cumplido 13 años, la edad de su protagonista en el momento de los hechos. Este es el motivo de que ahora me implique emocionalmente con aquel chaval, ya que abordo el asunto  desde la óptica de un padre responsable de la educación de sus hijos. Hoy comprendo mejor unos hechos que en su día se diluyeron como un azucarillo en la moral de aquellos años. Todo se remonta a comienzos de los años 80, en el colegio Claver de la Compañía de Jesús.

El 22 de junio de 1981 el pleno del Congreso de los Diputados aprobaba la ley del divorcio. No fue una ley exenta de polémica y ya saben qué tintes gastaban las polémicas sociales de aquella etapa con los rastrojos de la dictadura humeantes.  La ley se aprobó con 162 votos a favor, mayormente de la izquierda, 128 en contra y 7 en blanco. La Conferencia Episcopal se había pronunciado en contra, insistiendo con vehemencia en el carácter indisoluble del matrimonio. Así las cosas, era previsible que algún sector de la Iglesia hiciera pagar su frustración a las familias divorciadas, incluidos los hijos de esas familias, y los lugares idóneos para saldar cuentas eran los colegios gestionados por esa Iglesia oscura. Fue en este contexto histórico  cuando mi amigo sufrió un acoso escolar tejido sutilmente, algo así como una tela de araña de Blasco Ibáñez versión chapuza. 

Mi amigo era un chaval que hasta 1983 tuvo un expediente notable. Tanto él como su hermano llevaban ocho y seis años respectivamente en el centro cuando llegó a oídos jesuitas la fatal noticia: los padres del chaval se habían divorciado haciendo uso de la endemoniada ley. Por si eso fuera poco, la madre de los alumnos era una política socialista que había luchado activamente por la instauración del derecho al divorcio. La araña negra no podía quedarse de brazos cruzados y comenzaron repentinamente los insuficientes. 

La madre del alumno, que además de militante socialista era directora de un instituto público, intentó hasta la desesperación ser recibida por la dirección jesuita del colegio, pero todos los esfuerzos fueron en vano. Solo obtuvo del director excusas y evasivas para recibir a una madre que, por cierto, llevaba toda la E.G.B. cotizando las matrículas y las cuotas mensuales (no precisamente baratas) de sus dos hijos. El tutor del niño sí se dignó a recibirla. La explicación de los suspensos fue, literalmente, que el niño tenía “mala base" y por ello "había poco que hacer". Mala base tras ocho años con buen expediente académico en el mismo centro. Mala base. El colegio abandonó sin pudor al chaval, se desentendió de él, algo que hoy se me antoja impensable en un centro educativo serio. El crio no tenía ningún futuro allí,  por lo que abandonó la tela de araña dejando atrás parte de su infancia.

No todo el claustro actuó de forma miserable.  Algunos profesores, hoy, reconocen en la intimidad la irregularidad educativa que supuso el trato dado a aquel crio de 13 años por sus circunstancias. Supongo que no fue más que otro estertor de esa facción inhumana de la Iglesia que yace sedada en las fosas de la historia. Gracias a Dios.