Finales de mayo en Lleida. Son casi las 5 de la tarde del
sábado. Hace calor, pero es un calor cómodo. En la Colla El Puntazo estamos
acabando de comer. Algunos peñistas circulan entre las mesas de madera arrastrando
bolsas de basura industriales recogiendo platos de plástico, cubiertos y
cascaras de caracoles. Hago una señal a
Roger que él interpreta sin problemas; es hora de ir a su casa a buscar la
controladora y los cañones de confeti. Pep, que no pierde una, se apunta con
nosotros. Al volver las mesas y las sillas ya han sido apiladas en un lateral
de la peña. La peña es un rectángulo perfecto: en la esquina de la izquierda según entras están las brasas y la cocina. Al fondo a la derecha está la caseta y la
esquina izquierda del fondo es donde ponemos una plataforma de un palmo de altura con
la controladora del DJ. Pep y yo dejamos otra de esas plataformas en el centro
de la pista para que puedan cumplir su promesa los que pretenden darlo todo este
Aplec. Roger y yo enchufamos cables que
serpentean entre charcos de cerveza y hacemos la primera prueba: “¿se oye?”, “sí,
se oye”. Battaner me mira con cara Fiordaliso. Edu Palau hace aspavientos al final de la peña
en plan: “¡dale ya hombre!”. Miranda arquea las cejas detrás de sus eternas gafas
de sol. Falta Ares, que este año me ha vuelto a amenazar: “como empieces sin mí
te mato”. Estoy nervioso. Si un DJ familiar como yo dice que está tranquilo
antes de pinchar el primer tema miente como un bellaco. Olga ya está bailando sin música.
Todos tienen claro su papel: Angels y Fani, concentradas, se saben parte del
espectáculo. Miquel y Germà me miran con cara de “la que se va a liar” y Pep ya
se está poniendo demasiado nervioso. Pasadas las 5 de la tarde la Colla El Puntazo ya no es del todo azul y rosa; colores de otras peñas
se van mezclando sin prisa, pero sin pausa. Sebas me señala con el dedo. Elijo
el primer tema: Opus de Eric Prydz, y lo dejo listo para salir, la primera
en la frente. Un grupo de niños viene a pedirme la canción de reggaetón del
verano. No respondo en consecuencia porque me caerían dos años de cárcel. Doy
al play. Suenan a toda castaña los primeros compases del Opus. Los peñistas, caña
de San Miguel en mano, empiezan a seguirlos con leves balanceos de cuerpo y
cabeza. La peña sigue llenándose, algunos saben a lo que vienen, otros pasaban
por aquí. Pep se pone a mi lado encantado de su último juguetito: una pistola
de CO2. House está, pero no está. Llega
Ares. Avanzan los compases del Opus cada punto más intenso que el anterior; cada
punto más emocionante. La gente comienza a levantar los brazos, sobre todo los
que conocen bien el Opus. Subo el volumen cuando el tema alcanza el clímax. Dos bombos. Bocinazo. Comienzan los saltos. Suelto el humo de la máquina que está encima de
la caseta, al unísono Pep lanza el chorro de CO2 y Roger dispara un cañón que invade de confeti
dorado el aire de la peña: Hierven los saltos y vuelan los brazos. Comienza la Open Air.