Aquella mañana Ernesto Feliu,
director de Consorcio de Turó de la Seu Vella de Lleida llegó al despacho sedado por la
monotonía. Chequeó los mails con desgana. A las 11.00h había programada una
visita de un grupo de Figueres y poco más iba a dar de
sí, se dijo, un día rutinario en la
gestión del consorcio cuando sonó el teléfono.
-¿Sí?
-Hola.
-Hola.
-¿Es usted el jefe de la Seu
Vella?-. Al otro lado de la línea hablaba un niño que a juzgar por la voz no contaba más de 10 años.
-Sí guapo. Soy el director del
Consorcio del Turó de la Seu Vella-. Aclaró Ernesto con espíritu pedagógico.
-Es que le llamo porque el
campanario está torcido.
-¿Cómo?
-Sí, está torcido.
Ernesto Feliu esbozó una sonrisa
condescendiente. Se le pasó por la cabeza una nueva coña de su pandilla. Procesó
mentalmente la voz del crio para adivinar quién de sus colegas se la gastaba
hoy al buenazo de Ernesto. En ese momento le sonó el móvil y en la pantalla
apareció el mensaje intermitente “Alcalde llamando”. Se despidió con desdén del
muchacho y contestó el móvil mientras se le aceleraba el corazón.
-Buenos días alcalde.
-¡Ernesto! ¿Pero esto qué es?
-Perdona alcalde, no entiendo.
-El campanario Ernesto, el
campanario de la Seu Vella ¡está torcido! ¡Parece la puta torre de Pisa!-.
Ernesto notó como la taquicardia le bombeaba en la cabeza y cuando las piernas flojearon cayó a plomo en la butaca. Y volvieron los mareos,
esos dichosos mareos que le obligaron a apuntarse a Thai Chi en el centro cívico
de su barrio. Escuchó de fondo el tintineo de los avisos de nuevos mensajes. Separó
el móvil de la oreja y el exponente rojo del icono de WhatsApp parecía un
cronómetro loco: tres, cinco, diez mensajes y subiendo. El alcalde prosiguió "subo ahora mismo, solo me faltaba esto".
Ernesto salió de su despacho y del edificio como una exhalación. Se bloqueó delante del
portal del Juicio Final, el majestuoso acceso principal al claustro y comprobó
sudoroso que no vivía una pesadilla. El campanario estaba sensiblemente
inclinado hacia el sud-oeste del claustro. Poco más pudo hacer el entrañable
Ernesto Feliu; con un blancazo de órdago se desmayó.
A las 9.00h de la mañana la Seu
Vella estaba atestada de técnicos municipales, bomberos y
la guardia urbana que procedía a acordonar el recinto. En la Puerta de
los Leones una patrulla compuesta por los agentes Piri y Alonso controlaba el
acceso atestado de curiosos. -Dispérsense, aquí no hay nada que ver. No me formen
corrillos. Circulen.
A los
pies del campanario un pequeño grupo formado por el arquitecto municipal jefe,
el intendente de la guardia urbana, el jefe de los bomberos de Lleida y el
alcalde se miraban la torre como el que se mira un saltador de trampolín antes
del salto. A cierta distancia de
ellos, concejales de gobierno y de la oposición se hacían selfies y miraban al alcalde como el que mira la piscina donde está
a punto de saltar el saltador del trampolín. Los periodistas locales
fotografiaban compulsivamente el campanario y todo lo que se movía alrededor; otros se miraban con cara de "yo me
voy con el último músico". Ernesto sigue en la ambulancia desmayado.
El Jefe de Bomberos, Juan
Colomina, hombre tranquilo bregado en mil entuertos explica sus
primeras impresiones:-No hay grietas ni escombros en el suelo. No hemos
apreciado ninguna lesión en los muros y por supuesto no hay ninguna víctima ni
daños personales.
-¿Hay alguien arriba del
campanario?-. Pregunta el alcalde mientras el arquitecto municipal jefe asiente como
diciendo: “¡oh! brillante pregunta”.
-Creemos que no. No hemos
subido-. Responde tranquilo el Jefe Colomina.
-¿Cómo que no han subido?-.
Interrumpe el Intendente de la Guardia Urbana.
-No. Esperamos a que lleguen los
perros.
-¿Qué perros?-. Preguntan todos a coro.
-Los perros adiestrados para
encontrar personas en campanarios-. Sentencia el bombero.
-¿Y subirán solos o con el
adiestrador?-. Preguntó el arquitecto municipal seguro de haber planteado el dilema operativo más oportuno hasta el momento.
Ernesto Feliu despierta en la
ambulancia aparcada en la plaza de la Sardana.
El médico de la unidad móvil le aconseja irse a casa a descansar pero él se
revuelve contra el consejo y salta de la camilla como electrocutado para
reunirse con el grupo del alcalde. Al llegar a ellos pregunta al arquitecto
municipal con la mirada quien le responde tímidamente: “a ver quién sube a ver si hay
alguien”.
-¡Yo subiré al campanario!-. Suelta Feliu con un grito compatible con un salto en paracaídas-. Él es el
Director carajo. Hoy la ciudad le necesita y debe demostrar al alcalde que acertó
confiando en su persona para dirigir la joya de la época de esplendor de la
Corona de Aragón –Soy el que conoce mejor el campanario alcalde-. Se hizo un silencio incómodo que el Presidente de la Corporación interrumpió con la mirada puesta en el Jefe de Bomberos Colomina: -No Ernesto, gracias, esperemos que accedan los bomberos con las unidades caninas; ellos son los
profesionales en estos casos. Por cierto: ¿Ayer estaba torcido el campanario?
Ernesto se vio desmayado de
nuevo, pero atinó a decir: -Creo que no-. Luego el alcalde miró al resto del
grupo. Nadie supo dar una respuesta científica. Nadie se atrevía a afirmar si
el día anterior el campanario de la Seu Vella de Lleida andaba erecto. Ante la reacción del grupo, a
Ernesto se le ocurrió una gran gestión, ¡qué demonios! Él tenía clarísimo que debía hacerla. Es el Director. Se acercó
diligente hacia los concejales y los periodistas y preguntó desgañitado:
-¿Alguien vio ayer el campanario torcido? ¡Es importante!
El grupo de concejales comenzó a enviar wsp y a consultar Twitter convulsivamente. Todos menos uno. Uno de ellos permaneció inmóvil abstraído de todo. Era el gran concejal Velasco, especialista en patrimonio. Un visionario. Un héroe de Twitter. Para sus seguidores un potentado tocado por la mano de los dioses del arte y la historia medieval. El genio Velasco dio un paso al frente marcándolo con un sonoro y seco zapatazo. Se formó un expectante corrillo a su alrededor y recitó solemnemente.
-Jo. Jo sé tot el que ha passat. Que treballo al Museu Diocesà de Lleida. Inútils.
Se hizo el silencio que sucede a las explosiones.