sábado, 29 de agosto de 2020

Aceptar más de una idea.

 Prime Video recupera las siete temporadas de The West Wing (1999-2006), la famosísima serie escrita por Aaron Sorkin. El 3 de octubre de 2001 se emitió un capítulo especial titulado “Isaac e Ismael”, un paréntesis en la trama general dedicado a la memoria de los fallecidos en los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Hablo del primer capítulo de la tercera temporada: en él la Casa Blanca se cierra con motivo de una amenaza terrorista. Josh Lyman se reúne con un grupo de escolares que ese día visitaban el edifico y se trasladan a la cafetería, donde se improvisa una clase magistral de los asesores del Presidente de los EUA sobre las causas del terrorismo. Al final de la reunión y del capítulo, uno de los alumnos pregunta a Lyman qué pueden hacer ellos -los alumnos- para luchar contra el terrorismo, a lo que el analista político responde: “aceptar más de una idea, eso les vuelve locos”.

Los críticos con esta serie argumentan que se aleja de la realidad. La política en general no se rige (escriben) por la inteligencia y el honor, aptitudes que guían el comportamiento y la decisiones de los protagonistas de la serie, se rige (siguen escribiendo) por una desmedida ambición de poder y por maniobras de cuestionable honorabilidad. Tal vez sea así. Pero no podemos negar a The West Wing el mérito de ser la primera serie de la historia con reflexivas tramas políticas, haciendo de los engranajes de la política un producto de entretenimiento exitoso todo ello con una puesta en escena con vocación realista. Sorkin lanza mensajes de calado: “aceptar y respetar más de una idea”, ese puede ser el principio primero que nos distancia del integrismo. Aceptar más de una idea de España; aceptar más de una idea de Catalunya.

viernes, 14 de agosto de 2020

La tertúlia dels polítics.

Entre 2008 y 2019 fiché cada martes en la “Tertúlia dels Polítics”, el programa que emite la cadena COPE Lleida. Echen cuentas, participé en más de 400 programas de esa emisora. Por la calle Academia desfilaron decenas de políticos y políticas de Lleida para debatir en aquella mesa todo lo que el moderador o la moderadora tuvieron a bien proponer.  Con los años gané cierta pericia en el deporte de la dialéctica; sobretodo aprendiendo de los contertulios. Me gustaban especialmente Joan Miquel Ballesté, luchador infatigable de causas justas, y Ramon Farré, hoy delegado de gobierno de la Generalitat, con ambos coincidí un tiempo. Me gustaban por su temple y su aplomo a la hora de defender sin grietas sus argumentos.  En algún caso arrollaban con su exposición, pero buscaban no herir de muerte, siempre abrían una trampilla para respirar; siempre lanzaban un cabo. Sus intervenciones eran como pasos de elefante guiados por una convicción bien razonada, jamás llevados por el odio y el resentimiento, cosa que no todos los opinadores de hoy pueden afirmar de sí mismos sin echarse a reír.   

Varias temporadas de ese programa de radio vinieron moderadas por Sergi Tor. Sergi, cinéfilo y lector empedernido,  es para mí uno de los grandes periodistas leridanos junto a Joan Tort. Lo son precisamente por cuanto vengo explicando: por defender sus puntos de vista sin resentimientos ni odios personales. Aquello que se espera del militar honorable: intentar vencer (convencer) sin muertes. 

En Twitter o en algunas columnas de prensa el odio y el resentimiento cotizan a la alza.  Odiar es absurdo en cualquier circunstancia y lugar además de un malgasto de tiempo y energía; pero lo es más si cabe en una ciudad de 140.000 habitantes como la nuestra, donde por desgracia pululan sectores vinculados a la ultra “lo que sea” espoleados por su banda de perfiles falsos en Twitter y alguna plumilla afín, desatando sus complejos para ganar un mísero mando en plazuela. ¿Qué quieren que les diga? Ese comportamiento reptil es síntoma evidente de debilidad. 

Precisamente con Tor recordamos los debates a cara perro entre dos animales políticos como  Teresa Cunillera y José Ignacio Llorens.  Eran debates de altura y a degüello (las hostias iban que volaban); pero escuchen: sin odio (Llorens asistió a la toma de posesión de Cunillera como Delegada de Gobierno en Catalunya). Eran y son personas capaces de tomarse un café tras la batalla política como harían a buen seguro Farré y Ballesté, todos ellos sabedores que el respeto al adversario ¡no odiarle carajo! es siempre una victoria personal y diría más, es una victoria social. 

 

sábado, 8 de agosto de 2020

En defensa de la uniformidad.

Ayer viví uno de esos momentos que rozan la perfección. Me invitaron a una merienda cena en la terraza del ático de un apartamento en primera línea de mar de Cambrils, una de las colonias del imperio leridano. El clima era un aliado: calor nada sofocante y esa brisa marina que no disgusta a nadie. La compañía era de esas compatibles con la intimidad, esas compañías que son una prolongación de ti mismo. La anfitriona, ejecutiva en una importante compañía cuya red comercial se extiende por todo el mundo, explicaba el reto que ha supuesto para ellos adaptarse al mosaico de cambios normativos que la pandemia ha ido suponiendo de un día para otro no solo en los países, también en las regiones de esos países y también en las ciudades de esas regiones.  Para algunos países no ha habido pandemia, por ejemplo, en Bielorrusia, allí han convivido con el virus sin cambios asumiendo sus consecuencias. En Egipto las medidas que afectaban comercios duraron una semana.  Aquí en España ya saben cómo va, está variando por ciudades, comarcas e incluso algún caso por barrios. En Alemania ha ido por Länders. Las administraciones han echado horas reglamentando medidas ad hoc cuando tal vez la uniformidad sería más útil.  Sé que los principios “uniformidad” y “unidad” pueden sonar anacrónicos; que muchas personas relacionan a la ligera variedad, descentralización, o autonomía con modernidad y progreso, y no es así en todos los casos.  En beneficio de la economía, es importante que el mundo “civilizado” (no sé bien qué entender por civilizado) tienda a uniformizarse en derechos humanos, en política fiscal; en normativa comercial y en respuestas a pandemias (sobre todo en países fronterizos). Debe haber uniformidad nacional e internacional en aspectos esenciales por aquello de la seguridad jurídica -palanca del progreso- y la igualdad, aspectos importantes para cumplir los objetivos del "mundo mejor" que deseamos para nuestros hijos. Lo sé, el mensaje puede resultar infantil pero, ¿acaso hay otro mensaje?  

domingo, 2 de agosto de 2020

Bloquee, es bueno para su salud.

Twitter tiene una faceta genial: la información se obtiene de fuentes de primera mano. Todos tenemos acceso al tweet de un alcalde o de un presidente de CCAA. También es un instrumento muy útil si sabes gestionar listas, organizándotelas para obtener información de lo que te interesa en poco tiempo.  Pero hay un “Deep Twitter”, hay cloacas, ciénagas virtuales donde seres miserables se camuflan con la única finalidad de herir personas. Son los rasgos habituales del maltrato, aprovecharse de la superioridad que da el anonimato y la intimidad de un escondite para maltratar personas. Un consejo: bloqueen. Bloqueen indiscriminadamente maltratadores de Twitter como si fuera un videojuego de marcianitos donde ganas cuantos más bloqueas. Bloquear es sano y es de sentido común.  

En 1995 Barack Obama escribe “Los sueños de mi padre”, una autobiografía publicada en español en 2010. El 44 presidente de los Estados Unidos de América explica en el capítulo tercero sus años de estudiante y su faceta de “yonqui” y “porrero” de aquella época; “también una rayita de coca cuando podías permitírtela”. Barack Obama, el político a quien todo el mundo quería parecerse en Europa, se sinceraba así catorce años antes de entrar en la Casa Blanca. Eso es una tontería, dirán. A un presidente de los EUA se le juzga por cosas más trascendentes.  No puedo estar más de acuerdo con ustedes.  Pero, ¿se imaginan la reacción de la ciénaga tuitera hoy ante una confesión así hecha por un político local? Hoy el “Deep Twitter” es una jungla revisionista de la ética y la moral con aire inquisitorial. En muchos casos un sabio señala la luna y el tonto mira el dedo y lo tuitea creyéndose que ha descubierto un Watergate.  Los trols anónimos juzgan y sentencian categóricamente detalles secundarios, intimidades irrelevantes y las elevan a la categoría de ofensa nacional. Y eso, además de un retroceso, es un festival de la estupidez.