sábado, 25 de abril de 2020

Amigos (I)


El 4 de noviembre de 2008 empecé a escribir este blog. ¿Cuáles son los motivos que mueven alguien a escribir? No tengo ni puta idea. En mi caso es ahora una terapia de confinamiento; una cocina de ideas para poderlas digerir -que no es poco- y luego intentar explicarlas.  No sé con seguridad cuanta gente lee este blog, pero sí puedo afirmar que lo hacen varios de mis buenos amigos.  Que lean a uno es una muestra de cariño y de respeto que siempre agradeceré.  A todos ellos voy a dedicar este post, porque el saberte querido y el poder querer son balones de oxígeno en estos días de ahogo. Empiezo con mi amiga Ares: una novia que me eché allá por 1988. Fue un fogonazo de adolescencia. Recuerdo el primer beso en el Biaix (apunte para avanzados). Ya sabéis, fue una de esas relaciones hormonadas, intensas, que se van tal como llegan sin avisar y sin meditar. Luego mantuvimos una buena amistad. Estudiamos juntos la carrera de derecho en Lleida; cuando digo juntos me refiero a compartir pupitre en muchas clases. Luego compartimos las dudas e incertidumbres de los inicios de nuestras carreras profesionales. Yo ejercía la abogacía en un despacho en Francesc Macià y ella por aquel entonces lo mismo en otro en la Rambla Ferran. Mientras, cada uno de nosotros vivíamos nuestras vidas con nuestros aciertos y errores.  El 13 de abril de 2015, fecha de su cumpleaños, subimos los 238 escalones del campanario de la Catedral de la Seu Vella. Una vez arriba, en el techo de nuestro mundo, repasé todo esto que os cuento y con la ciudad que tanto nos ha dado como testigo le pedí que se casara conmigo. Hoy es mi mujer y yo su marido: la mejor compañera de lucha que podría soñar.

Precisamente allá por el 88 mis padres me enviaron interno a un colegio de Jaca: el Seminario Diocesano, ahí es nada. Padre Nuestro y Ave María en latín antes de la clase de latín y padre nuestro en griego antes de las clases de griego; no es coña.  Vivía en la Residencia del Sagrado Corazón de María. Yo entré el primer año que admitían chicos (la residencia era femenina hasta la fecha). Allí se hospedaban, aparte de estudiantes internos como yo, alumnos de la zona para los que era un inconveniente desplazarse a diario por aquellas carreteras para ir al instituto. También vivía allí ese año el equipo nacional de esquí juvenil. Así pasé dos cursos: 2º y 3º de BUP. Fue cojonudo: parte de la gimnasia escolar era hockey sobre hielo y con el carné del club de estudiantes de los Escolapios de Jaca -costaba 1.500 pesetas-  esquiábamos toda la temporada en Astún. Esos años dejaron vivencias que ahora recuerdo como un sueño.  Hoy mantengo un grupo de whatsapp con los amigos de esa etapa y sé de otros por Facebook. Uno de ellos, Pedro, ha superado el COVID19, me alegro por ti Perima. Nos ha enviado al grupo fotos desde el hospital "los peores tres días de mi vida" nos cuenta.   La amistad no entiende de distancias ni de tiempos ni de confinamientos. Aquí entra en escena Javi, testigo de mi vida. Javi y yo ya éramos grandes amigos en Lleida antes de estudiar juntos en Jaca, pero aquel curso en la Jacetania nos unió más si cabe. Luego él se fue a Barcelona, después estuvo varios años en Londres buscándose la vida. Volvió a Barcelona, pero se le quedaba pequeña.  En un momento trascendental de su vida se fue de viaje a China con una mochila; sin billete de vuelta; sin rumbo ni programa. Dio todas las vueltas que pudo por Asia solo. Bueno, solo no, con su mochila y no sé qué guía trotamundos internacional que siempre me explica. Me encanta cuando relata aventuras de esos años, algunas le suplico que me las repita cada vez: Vietnam, Camboya, India, la China rural, Australia, Indonesia. Javi siempre dice: “Guillermo, ni te imaginas la de gente que viaja sola por el mundo. Nunca te sientes solo”. Javi fue a parar a Mae Sot (Tailandia, frontera con Birmania) y allí echó raíces. Hoy preside una ONG que educa niños birmanos refugiados. Gestiona varios colegios. Creo que el último dato que me dio era 500 niños refugiados en sus colegios. Y es que el bueno de Javi nació para ser bueno. Es una de esas personas que brilla porque consigue que su entorno brille. Tengo mucha suerte de que sea mi amigo.  

Y qué decir de Ana. Mi alma gemela. Compañera de vida, de tragedias y sobre todo de risas. También compartimos los años de derecho en la UdL, pero con ella di un salto al Mediterráneo. En 1999 nos fuimos juntos de Erasmus a Bari, con Meri, otra amiga. Tenemos muchas historias de carcajada angustiosa, pero también alguna otra de perfil inquietante. Del segundo tipo me quedo con esta:  La Università degli Studi di Bari estaba plagada de mensajes y fotos sobre la cuestión vasca de la época. A los pocos días de llegar nos entrevistamos con nuestro profesor de historia moderna. En su despacho tenía varias fotos sobre la "lucha armada" vasca. Entre ellas destacaba un cuadro grande con las fotos de Lasa y Zabala y un texto que rezaba: "I suoi assassini adesso sono al governo". El profesor se interesó mucho por nuestra opinión sobre el conflicto vasco y recordaré siempre su cara de asombro cuando le dijimos que Herri Batasuna sacaba no más del 11% de los votos en Euskadi. Él, y con él deduzco que mucha gente autorizada, creía que era una "lucha armada" general.  En Bari nos pilló de pleno la Guerra de Kosovo. Veíamos en el horizonte los destellos de los bombardeos continuos de las fuerzas de la OTAN contra objetivos yugoslavos. Cerraron el aeropuerto, que quedó reservado a vuelos militares. Las tropas aliadas ocuparon también el puerto de Bari. Sobre esta película escribí en abril de 2017, os dejo aquí el enlace.  
Ana, aparte de una brillante abogada, es vida. Ana es risas sin medida y sin criterio, que son las buenas risas. Siempre le agradeceré que mate por mí. Que siempre tenga la palabra apropiada para ayudarme. Que me quiera tanto desde la distancia como yo la quiero a ella.

Reservo un post para German y Edu, Víctor, Sergi, Gerard, Miquel, Jose, Jordi, Ori y Carlos.  En estos días extraños que nos toca sufrir, no dejo de pensar en todos ellos. En lo que hemos vivido juntos y lo que nos queda por vivir. Si a ellos les va bien, a mí me va bien. Un millón de gracias por todo.





jueves, 2 de abril de 2020

Poco que decir.


El virus de la incertidumbre es insoportable. En dos semanas paso de relativizarlo a lavarme las manos compulsivamente; de ahí a encerrarme en casa y luego la incertidumbre. Y salgo de casa con amparo legal. Y presto suma atención a todo lo que toco. Agarro el volante del coche “¿y si está contaminado?” y conduzco. Y me pica la nariz pero “no te rasques, puede ser peligroso”. Y pienso “tal vez no lo coja”, y luego me viene a la cabeza el caso cercano de 44 años entubado que se debate entre la vida y la muerte. Y “no tenía patologías previas” como si alguien supiera qué patologías previas guarda frente a la incertidumbre. Bajo del coche y voy al despacho cruzando un desierto de soledad. Toco el pomo de la puerta y memorizo el contacto, “por lo menos parece que no afectará a mis hijos, pero mis padres, no, mis padres no”. Y tenta Schopenhauer con aquello de pasividad frente a la existencia y actuación en un círculo cerrado. Pero no, dependo de la comunidad y la comunidad depende de mí. Y  queda la esperanza, o sea los tuyos. El regazo de los tuyos. Y asumir que la sofocante incertidumbre se combate con esa misma esperanza en sanitarios y científicos. Vuelvo a casa con la sensación de dejar atrás una guerra. Me ducho a conciencia, “por hoy no creo que lo tenga”.  Abrazo la esperanza y a Ares. Y juro que jamás olvidaré lo que los sanitarios están haciendo por nosotros, “lo juro”.