El viernes se falló el Premio Planeta, el premio literario mejor dotado del
mundo, un millón de euros, por encima incluso del Nobel de Literatura que
cotiza a 990.000. Suelo leer la novela
ganadora del Planeta. Acostumbran a ser autores consolidados aunque la
obra vencedora deba ser inédita. Este
año, como sabrán, ha habido un extra de sorpresa: los ganadores han desvelado
la identidad de Carmen Mola, autora de la desgarradora serie “La Novia Gitana”,
“La Red Púrpura” y “La Nena”. Mucho se habló sobre quién se escondía tras ese
pseudónimo -qué sería de este país sin rumores-y en la gala se desveló por fin
el misterio. Se trata de tres hombres:
Agustín Martínez, Jorge Diaz y Antonio
Mercero, guionistas del mundo de la televisión acostumbrados por tanto a
escribir en equipos. Ellos tres se llevan el primer premio con “La Bestia”, una
novela ambientada en 1834 en Madrid. Al margen de las polémicas que acompañan
al Planeta: guerras intestinas entre editoriales, falta de implicación del
jurado- qué sería de este país sin polémicas- hay que reconocerle a premios
literarios como el Planeta y el Nadal un par de buenos méritos: el primero, su
perseverancia en la historia. El Planeta se concede desde el 1952 y el Premio
Nadal desde el 1946. Durar en cultura siempre es meritorio. Y el segundo
mérito: su apoyo interesado a la difusión de la lectura. Un país que lee y
reconoce a sus autores es un país mejor. Los premios literarios son una muestra
de salud de una sociedad, pocos premios serios verán en Afganistán o Corea del
Norte. Lo sé. Con esto que les cuento estoy recurriendo a lugares comunes, pero
vale la pena insistir en ellos, porque aquí no lee ni Dios, y menos desde que
irrumpió la maravilla Netflix en las casas.
Otro día comentaré más a fondo el Premio Nadal de la editorial Destino,
el más antiguo de España, creado en
honor a Eugenio Nadal Gaya, hermano del leridano Juan Manuel Nadal Gaya. Esa es
otra historia.