jueves, 4 de junio de 2020

El trayecto.


Puede decirse que soy ciclista. Tengo tres bicicletas que monto asiduamente: una BTT rígida, Scott, cuadro de carbono, amortiguadores Fox, para hacer el indio por el monte y recorrer campos; una Felt de carretera, también de carbono, que corre que se las pela y una de postureo -ver foto-. Esta última es la que utilizo diariamente para ir al trabajo si la climatología no es amazónica; se trata de una Gibson de los años 60 o 70 que restauré (hoy solo queda el cuadro) y dejé de lo más Hípster. Lleva montado un solo plato y un único piñón, pero no fixie; no quiero estamparme bajando la calle Cavallers.  
Para mí, la bicicleta es la evolución de la movilidad urbana. Lo deseable sería que todo el mundo se desplazara al trabajo en bicicleta -las ventajas para el medio ambiente y la propia salud son conocidas-, pero soy consciente de que no todo el mundo puede hacerlo, bien por limitaciones físicas, bien porque la distancia o el trayecto lo dificultan. La distancia es insalvable, pero el trayecto no. Ahí está el reto: diseñar buenos trayectos interurbanos para bicicleta. El instrumento básico es una red de carriles bici y, lo más importante:  usar la red coño, usarla. ¿Por qué escribo así? Porque en Lleida tenemos carriles bici maravillosos, por ejemplo los de Rambla de Aragón o Avenida Catalunya  que parecen autovías, y me cabrea ver habitualmente grupetas de ciclistas bajando por la calzada o la acera pasando olímpicamente del carril bici. Cuesta que una administración implante carriles para bicicletas. Cuesta mucho que la sociedad los encaje en su esquema mental de movilidad. Por eso es muy importante que los usuarios de bicicleta, lo seamos por ocio o por mera elección de desplazamiento, usemos con espíritu activista los carriles bici cuando los haya. Joder.