domingo, 11 de diciembre de 2016

El suplicio de la boira.

Sabido es que en la Batalla de Ilerda (siglo 50 aC) Julio César sufrió de lo lindo antes de que Gneo Pompeyo Magno rindiera sus tropas y le cediera la “ciudad”.  La batalla y sus condiciones climatológicas extremas  fueron de tal dureza que a partir de ese momento los romanos acuñaron la expresión “Ilerdam videas” (ojalá veas Lleida) como una suerte de maldición. 
Lamento ser reaccionario para algunos de ustedes,  pero la niebla de Lleida (tal vez esa que referían los romanos) es desesperante. Cansina. Permítanme aquí la licencia de recurrir al lenguaje sexista: la niebla es un coñazo.  No me acostumbro a que -pongamos como ejemplo el puente de la Inmaculada que cerramos hoy- en casi toda Catalunya haga un sol de justicia, en Barcelona tomen el aperitivo en mangas de camisa y aquí, en Mórdor, vivamos envueltos en un vapor deprimente.  La sensación de volver a casa después de pasar un día en el mundo del sol, adentrándome por la negra autopista en el húmedo pozo gris en que se convierte Lleida contagiada de niebla es demoledora. Es un suplicio.
Ya sé que a muchos compatriotas míos les seduce “la boira”. También la tristeza o la nostalgia han inspirado obras maravillosas y no por eso dejan de ser estadios poco deseables,  pero yo les diré:  soy más de mayo; de largas rutas en bicicleta al sol; de correr, de la primavera ¡de la luz vital!