...son, a mi juicio, los dos grandes perfiles que
conviven en el ecosistema indepe a estas alturas de ‘procés’. Por un lado el independentista
de corazón, quien defiende la
secesión por sentimiento. Todo el mundo tiene derecho a defender su sueño personal sin argumentarlo ni justificarse. Faltaría más. Este independentista no discute la relación de
una Catalunya independiente con la UE y el
Euro. Como el tema se la trae al pairo acepta sin complejos salir de la UE y, si es el
caso, ya se ingresará cuando toque. Está
dispuesto a asumir los costes económicos y sociales de un proceso de ruptura,
sean los que sean, porque vive
plenamente convencido de que lo que siente es lo mejor para su país. Ya no
aguanta más lo que él considera agravios del Estado Español, pero sin un rencor
excesivo. El independentista de corazón considera relevante el 3% de Maragall y no hay medias
tintas ni excusas a la hora de condenar esa corrupción en Catalunya. En conclusión, no miente.
Por otra parte, pulula por la vía lliure un nuevo perfil que con cariño he bautizado como el vendedor de crecepelo. Es un tipo cómico, a veces lunático, que responde a muchos argumentos contra la secesión con la sobada respuesta muelle: “estratègia de la por!” y se queda tan ancho. Se ha creído, o dice que se ha creído, que la independencia es la solución automática a todos los problemas de la vida. Se obceca en convencer a propios y extraños de que al día siguiente a la secesión pasaremos por ventanilla del Ministerio y con una sonrisa de azafata nos darán 16.000.000.000 de eurillos contantes y sonantes; todo ello cómodamente apalancados en un sillón del Consejo Europeo. Para colocar el producto le he visto asegurar que tras la secesión habrá buen rollito ibicenco con el resto de España, todo muy festivo, rollo flower power. ¡Ah! Esta es la mejor…para el vendedor de crecepelo el 3% no es más que otra prueba del ataque de Estado Español contra el ‘procés’.
Respeto y en cierto modo admiro al independentista de corazón
que defiende su sueño de forma honesta, sin manipulaciones, sin trampas, reconociendo
y asumiendo el lado oscuro del proceso. Pero cada vez me indigna más el vendedor
de crecepelo: ese tipo desmedidamente obsesionado con España, que esconde
evidencias y nos miente sin contemplaciones con tal de vender el ungüento.