viernes, 14 de abril de 2017

La guerra desde el burladero.

En el 99 pasé 6 meses (de enero a junio) de Erasmus en Bari (Italia), capital de la región de Apulia;  en el talón de la bota para entendernos. Es un puerto principal del Adriático además de Venecia y como verán en el mapa está muy cerca de la antigua Yugoslavia. Allí estudié derecho y viví con mis amigas Meritxell Miarnau y Anna Solé, la primera ejerce hoy de abogada en Lleida y la segunda en Andorra.  A los tres nos pilló de pleno la Guerra de Kosovo, concretamente, recordaran, los bombardeos continuos de las fuerzas de la OTAN contra objetivos yugoslavos entre el 24 de marzo y el 10 de junio de ese año. Cerraron el aeropuerto de Bari que fue “tomado” por la OTAN para operaciones militares.  Al puerto llegaron las fragatas de las tropas aliadas.  Tuvimos ocasión de visitar la española, con un par de situaciones cómicas que me reservo para otro post, pero estaban también la francesa, la inglesa creo recordar…todas. La llegada del portaviones  USS John F. Kennedy (CV-67) fue un espectáculo mayúsculo,  quintuplicaba en tamaño a todas las demás,  entendimos claramente por qué eran los dueños del mundo. Por la noche, nos apostábamos en el paseo marítimo Lungo Mare  con unas cervezas Peroni y un paquete de cigarrillos a ver los destellos de bombardeos en el horizonte.  Vimos cómodamente la guerra desde el burladero. Las tropas aliadas disparaban desde las fragatas los misiles de medio alcance iluminando la línea del horizonte como flashes de  cámaras fotográficas.  Aquellos días llamamos a Antonio Blanc, profesor de Derecho Comunitario de la UdL y responsable del programa Erasmus para consultarle qué hacíamos. No sabíamos si  los yugoslavos responderían con ataques hacia Europa o,  lo que sería peor para nosotros, si apuntarían hacia Bari. Había un sinfín de rumores en la calle y en el colegio mayor donde comíamos y cenábamos muchos días. Blanc nos respondió: “Estoy muy atento a los acontecimientos de momento estaros tranquilos, si se pone feo os llamo y os volvéis”.  Aparte de la inquietud generalizada y del cierre del aeropuerto, poco más nos afectó la guerra en nuestro día a día. Bueno sí: el tabaco de contrabando que fumábamos todos los universitarios –mucho más barato que el legal-  se encareció dado que los contrabandistas  debían sortear las fragatas o idear nuevas rutas.  Y esas noches en las que, jóvenes,  observábamos los bombardeos como si de una película de sobremesa se tratara me hacen reflexionar hoy, de nuevo, sobre la indiferencia con la que muchos observamos la masacre cuando nos sentimos resguardados y no nos toca de cerca. Cuando estamos en una fresca terraza del Lungo Mare de Bari o tirados en el sofá viendo en directo como Trump despliega su flota hacia Corea del Norte, o como se complica sin solución aparente el conflicto de Siria. Cambiamos de canal que empieza el Barça o, qué sé yo,  Sálvame de Tele5.