En el 99 pasé 6 meses (de enero a junio) de Erasmus en Bari (Italia),
capital de la región de Apulia; en el
talón de la bota para entendernos. Es un puerto principal del Adriático
además de Venecia y como verán en el mapa está muy cerca de la antigua Yugoslavia. Allí
estudié derecho y viví con mis amigas Meritxell Miarnau y Anna Solé, la primera
ejerce hoy de abogada en Lleida y la segunda en Andorra. A los tres nos pilló de pleno la Guerra de Kosovo, concretamente, recordaran, los bombardeos continuos de las fuerzas de la OTAN contra
objetivos yugoslavos entre el 24 de marzo y el 10 de junio de ese año. Cerraron el aeropuerto
de Bari que fue “tomado” por la OTAN para operaciones militares. Al puerto llegaron las fragatas de las tropas
aliadas. Tuvimos ocasión de visitar la
española, con un par de situaciones cómicas que me reservo para otro post, pero
estaban también la francesa, la inglesa creo recordar…todas. La llegada del portaviones USS John F. Kennedy (CV-67) fue un espectáculo mayúsculo, quintuplicaba en
tamaño a todas las demás, entendimos claramente por qué eran los dueños del mundo. Por la
noche, nos apostábamos en el paseo marítimo Lungo Mare con unas cervezas Peroni y un
paquete de cigarrillos a ver los destellos de bombardeos en el horizonte. Vimos cómodamente la guerra desde el burladero.
Las tropas aliadas disparaban desde las fragatas los misiles de medio alcance
iluminando la línea del horizonte como flashes de cámaras fotográficas. Aquellos días llamamos a Antonio Blanc, profesor
de Derecho Comunitario de la UdL y responsable del programa Erasmus para consultarle qué hacíamos. No sabíamos si los
yugoslavos responderían con ataques hacia Europa o, lo que sería peor para nosotros, si apuntarían hacia Bari. Había
un sinfín de rumores en la calle y en el colegio mayor donde comíamos y cenábamos
muchos días. Blanc nos respondió: “Estoy muy atento a los acontecimientos de
momento estaros tranquilos, si se pone feo os llamo y os volvéis”. Aparte de la inquietud generalizada y del
cierre del aeropuerto, poco más nos afectó la guerra en nuestro día a día.
Bueno sí: el tabaco de contrabando que fumábamos todos los universitarios –mucho
más barato que el legal- se encareció
dado que los contrabandistas debían
sortear las fragatas o idear nuevas rutas. Y esas noches en las que, jóvenes, observábamos los bombardeos como si de una película
de sobremesa se tratara me hacen reflexionar hoy, de nuevo, sobre la indiferencia con la que muchos observamos la masacre cuando nos sentimos resguardados y no nos toca de cerca. Cuando estamos
en una fresca terraza del Lungo Mare de Bari o tirados en el sofá viendo en directo como Trump despliega
su flota hacia Corea del Norte, o como se complica sin solución aparente el conflicto de Siria. Cambiamos de canal que empieza el Barça
o, qué sé yo, Sálvame de Tele5.