En 1987 se restablecieron las comarcas en Catalunya. No se reprodujeron exactamente las ordenadas en el 36, ya que se añadieron algunas y se modificaron los límites de
otras. En el nuevo reparto las capitales de
Catalunya se llevaron el gordo. Barcelona mantuvo su marca con “Barcelonés”, Girona ganó su “Gironés”, Tarragona rascó un “Tarragonés” y Lleida, capital de
la Catalunya interior, piedra angular de la época gloriosa de la Corona de
Aragón se camufló en un romántico “Segriá”, como si no tuviéramos suficiente con la capa de niebla que nos esconde cada invierno.
Rondaba el año 2007 y Joaquim Nadal, a la
sazón Conseller de Política Territorial (al tanto con el título: política
te-rri-to-rial) tenía que bautizar los nuevos planes urbanísticos. Barcelona tuvo su “Pla Territorial de
Barcelona”, ¿Tarragona y Girona? pues también los suyos con sus nombres, ¡que son capitales oiga! Eran ambiciosas
planificaciones que sobrepasaban el ámbito
estrictamente municipal. Había que bautizar el de Lleida. Collons, què fem?
Posa-hi “Pla de Ponent”. Otra vez obviar la palabra tabú, la palabra porno:
Lleida. Menos mal que esos días el
alcalde Ros envió, en la fase de alegaciones, una carta al conseller pidiéndole
que incluyera la identidad “Lleida” en el título del Plan. El establishment, después de abanicarse el sofoco que le debió producir la extraña petición venida del
lejano oeste, añadió al título la coletilla: “…de les Terres de Lleida”. Nadal,
hecha la ampliación, se justificó diciendo que “el nom no fa la cosa”, pruebe entonces
bautizar “Pla Territorial de Llevant” una actuación urbanística metropolitana
en Barcelona y verá si el nom no fa la cosa.
Lleida cae lejos. En la mentalidad del gobierno y de los compatriotas de Llevant hay más kilómetros de Barcelona a Lleida que de Lleida a Barcelona; son kilómetros mentales. No vengo a llorar. No voy de cenicienta ni de víctima. Pero a veces hay que hacer como el alcalde Siurana, plantarse delante de las obras del AVE -de poco no se ata a las vías el bueno de Antonio- para que el tren entrara en la estación de Lleida (perdón, Lleida-Pirineus, no vaya a ser que pequemos de demasiado protagonismo).
Con los planes
COVID me da la impresión que ha pasado un poco lo de siempre, esa sutil inercia
política a obviar los intereses de Lleida que se resume en la sabia consigna, ya antológica, de la
tieta Mari Carme de Massalcoreig: “si tinguessem platje no mos haurien tancat”. Somos una capital de Catalunya y lo somos
por historia, por voluntad y por necesidad geopolítica de todo el país. Poca coña
ya.