Lo de Valencia ha sido una
catástrofe natural poco evitable como lo serían un tsunami, un terremoto o la
erupción de un volcán. Lo que sí hubiera sido evitable, y en esto hay
cierto consenso, es el trágico balance de vidas humanas. El día de autos el
presidente de la Generalitat valenciana compareció para ofrecer a la ciudadanía
ese dato que le acompañará siempre: que a las seis de la tarde de ese día el
temporal habría remitido en toda la comunidad. Parece ser que ese escenario podría haber sido propuesto, entre otros, por la Confederación Hidrográfica
del Júcar; ese será uno de los debates sobre la responsabilidad.
El resto ya lo conocen. La alarma gubernamental llegó a los vecinos cuando estaban literalmente con el agua al cuello. Ya llegará el tiempo de las responsabilidades políticas y jurídicas, ahora es tiempo de luto y recomposición. Lo importante para evitar que se repita esta tragedia es la construcción de obras hidráulicas, pantanos o similares, concebidos como elementos de seguridad. La limpieza de barrancos, la canalización de ríos a su paso por núcleos urbanos o los desvíos de cauce serán también acciones muy útiles, ya que no parece posible demoler todo lo mal construido en los últimos 100 años.
En Lleida ciudad nuestros guardianes son los embalses de Rialp y de Oliana. Son nuestros guardaespaldas en caso de que caigan algún día en la provincia esos monstruosos 500 litros por m2. También la canalización del Segre a su paso por la ciudad ayudaría a reducir los daños materiales de una posible dana en Ponent. El Segre a su paso por Lleida ya ha recibido sus grandes afluentes Nogueras Pallaresa y Ribagorçana que también están magníficamente regulados por Santa Ana, Canelles, Escales, Camarasa o Talarn.